Toda una bestia de cuatro rotores y tracción total que nos ha dejado con la boca abierta...
Cuando hablamos de coches deportivos japoneses de los 90, es imposible olvidarse de todo un icono como el Mazda RX-7 y su motor rotativo. Construido sobre una plataforma ligera que le permitía frenar la báscula en torno a los 1.300 kilos, el FD de tercera generación derrochaba deportividad por los cuatro costados y su propulsor 13B de dos rotores conseguía arrojar sobre el asfalto 255 caballos de potencia gracias a la ayuda de dos turbocompresores. Una fórmula que no necesitaba de ningún aderezo para hacer disfrutar al conductor, aunque hay quien no piensa lo mismo.
Un sonido celestial
Bajo el capó deja de estar presente el citado bloque original en favor de otro mucho más capaz, uno con un total de cuatro rotores que le otorga al RX-7 un sonido descomunal, muy al estilo del glorioso Mazda 787B ganador de Le Mans. Dahm decide llevar su preciada joya a un banco de pruebas con el objetivo de medir las cifras reales tanto de potencia como de par máximo que es capaz de desarrollar el propulsor, para lo cual poco a poco va aumentando la presión de soplado de los referidos turbocompresores hasta alcanzar unos límites insospechados.
Así, las primeras pruebas arrojan unas cifras muy respetables, hablamos de cerca de 700 CV y 813 Nm a 6.000 rpm, pero bastante lejos de lo que finalmente logra conseguir el RX-7. A medida que dicha presión aumenta, cerca de los 1,7 bares, el bloque de cuatro rotores comienza a generar unas llamas de lo más espectaculares que encuentran la salida a través de los escapes laterales. En este momento, el Mazda ya genera 1.000 caballos de potencia y 1.140 Nm de par máximo. El sonido es de otro mundo.
Por encima de los 1.000 CV
Lo mejor para cuidar tu coche
Borja Díaz Especialista en temas de motor y tecnología.