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Prueba Range Rover Sport P530: ni hibridación ni gaitas

La gama Range Rover Sport contempla un par de versiones híbridas enchufables y otro par diésel microhíbridas. Y habrá una eléctrica en 2024. Esta variante P530 es, en cambio, la políticamente incorrecta, pero también la que más mola.

Probablemente acabe siendo la versión menos vendida del Range Rover Sport, al menos en Europa. Pero también es la más contundente, la más ‘gorda’ y la que más corre y suena. Hablamos del Range Rover Sport P530, única motorización de la gama con etiqueta C, puesto que emplea una mecánica 4.4 V8 biturbo sin ningún tipo de aportación eléctrica. 530 CV de potencia, 750 Nm de par y 4,6 segundos para acelerar de 0 a 100 km/h son sus principales cartas de presentación.

El Range Rover Sport se basa en el Range Rover, pero es algo más pequeño, algo menos lujoso y, por ende, algo menos caro. Sin embargo, sigue siendo un coche no de alta gama, sino de altísima, especialmente hablando de esta versión. Fue lanzado en 2005 y esta nueva generación, ya a la venta, es la tercera. Se ha modernizado mucho, también en cuanto a motorizaciones, y la versión más poderosa abandona el menos eficiente propulsor 5.0 V8 sobrealimentado mediante compresor en favor del bloque 4.4 V8 biturbo antes citado.

El hecho de que tenga placas británicas aun estando en España le da aún mayor aire British. Y la pegatina UK en la luna trasera ya ni te cuento. Es un coche muy grande, destacando especialmente el dato de anchura. Mide 4,95 metros de largo, 2.04 metros de ancho y 1,82 metros de alto. Aun así, es un poco más compacto que el Range Rover normal con carrocería SWB (Short Wheelbase) y tiene capacidades off-road un poco más limitadas, aunque siguen siendo mayúsculas, más por el apartado tecnológico que por cotas.

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Esta unidad, además, luce la terminación First Edition, que se mantendrá en el mercado durante el primer año de comercialización del modelo y que se basa en el acabado Autobiography, sobre el que añade más equipamiento. Esta terminación First Edition sólo se puede asociar a las motorizaciones P530 y P510e, que es la más potente entre las híbridas enchufables.

El equipamiento de serie es tan amplio que la lista de opciones es infinitamente más corta que lo que suele ser habitual en esta clase de vehículos. Esta unidad equipa las llantas de color negro (cuestan 456 euros y son de 23″, como las de serie), el Black Exterior Pack que aporta acabados en negro (2.518 euros), una práctica neverita entre los asientos delanteros (874 euros) y el sistema multimedia trasero con doble pantalla y auriculares (3.764,50 euros). Salvo algunos otros accesorios opcionales de quizá menor importancia, prácticamente todo lo demás es de serie, como el color de la carrocería o los tapizados del interior, que pueden ser todo en negro o en una combinación negro/beige, que es el caso de esta unidad.

El nuevo modelo luce un diseño más afilado que el anterior y un interior mucho más moderno. Lo que más destaca es la nueva pantalla central, que ya no está empotrada en el salpicadero, sino que es flotante. Tiene un tamaño de 13,1″ y es ligeramente convexa, lo cual facilita su visualización. Además, teniendo en cuenta la complejidad del vehículo derivada de la multitud de sistemas que tiene de todo tipo, resulta francamente intuitivo manejarse por los menús. Los asientos, provistos de calefacción y distintos programas de masaje, son amplios y comodísimos.

Asimismo, dicha pantalla no es táctil normal, sino háptica, de manera que recibes en la yema de tu dedo la confirmación de que has pulsado el botón que sea, tecnología que también se aplica en el panel que está justo debajo y en el que, por suerte, se conservan las clásicas ruletas, mucho más cómodas de manejar, para la temperatura del climatizador, el volumen del audio y la selección de los diferentes modos de conducción. De todas maneras, de serie hay un sistema de reconocimiento de voz que te sonará, porque es el Alexa de Amazon.

Pulso el botón de arranque y el motor brama con un tono muy grave, aunque convenientemente atenuado porque, no olvidemos, esto es un coche de lujo. La caja de cambio es una ZF de ocho velocidades. Selecciono la D y comienzo la marcha. El motor, como ya hemos dicho, es un 4.4 V8 biturbo que es todo suavidad y finura cuando circulas tranquilo, pero que se siente repleto de par. En estas circunstancias a baja velocidad, hay dos cosas más noticiables sobre el resto. Una es que se siente como un coche muy voluminoso, algo alimentado por la elevada postura de conducción. De todos modos es más maniobrable de lo que parece, favorecido por el eje trasero direccional.

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La otra es que el consumo de gasolina es muy alto. En condiciones normales, y siendo comedido con la velocidad, el gasto se suele mantener entre los 11,5 L/100 km oficiales y 14,0 L/100 km en función del tipo de recorrido que hagas. Al menos, es menos que en su predecesor con motor 5.0, que homologaba 12,8 L/100 km y que en la práctica rondaba los 15 L/100 km. Es un alto consumo, pero los 104 litros que caben en el tanque de combustible permiten que la autonomía sea muy decente.

Nada en el Range Rover Sport, a pesar de dicho apelativo, te hará pensar que estás ante un deportivo. Pero eso no quita que ofrezca altísimas prestaciones. Acelera de 0 a 100 km/h en 4,6 segundos, lo que mejora la cifra de su predecesor en siete décimas. Tiene mucho par abajo y llegadas las 4.000 rpm da lo mejor de sí hasta un poco antes de 6.000 rpm. Ahora bien, es un coche enorme, pesado (más de 2,5 toneladas) y filtrado hasta la saciedad, de manera que no transmite lo que corre. Es decir, corre muchísimo, pero no parece que así sea.

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Y ojo, que en conducción moderadamente dinámica el consumo se puede tornar bochornoso, muy por encima de los 20 L/100 km. Como hecho puntual, para darte el gustazo de sentir el empuje y de escuchar la melodía del V8 está bien, pero el Range Rover Sport no es en absoluto un coche que te invite a correr, o al menos no por carreteras que con otro vehículo más pequeño sí podrían parecer más apetecibles. En autopista o en carreteras anchas y con curvas poco cerradas es donde el Range Rover Sport se siente mejor circulando a alta velocidad.

Algunos factores que influyen en estas sensaciones son ya no solo sus más de 2.500 kg de peso, sino también su liviana dirección, su refinamiento general o su más bien esponjosa suspensión. Esta última, por cierto, es neumática de serie y tiene la particularidad de que cuenta con dos cámaras de aire por amortiguador (lo normal es una), lo cual juega en favor de su eficacia especialmente cuando se circula a alta velocidad. No transmite la flotabilidad típica de la suspensión de un coche de lujo, de hecho, es claramente más seca, pero aun así no muestra ningún matiz que pueda hacerte sentir una elevada firmeza.

Y eso que esta versión P530, al igual que la P510e, cuenta de serie con el Stormer Handling Pack, que aporta barras estabilizadoras activas, eje trasero direccional y diferencial trasero activo, todo en busca de que, sobre asfalto, justifique de alguna manera que se trata de la versión de enfoque más deportivo de la gama, algo a lo que también colabora un menú específico en la pantalla central que puede mostrar un acelerómetro o hasta tiempos por vuelta en circuito.

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Y a través del sistema multimedia puedes toquetear un montón de cosas para adaptar el coche a las circunstancias a las que te enfrentes. Para asfalto tienes tres modos de conducción: Eco, Normal y Dynamic. Es en este último cuando se tensan un poco las cosas, pero con mucha moderación. Para fuera del asfalto hay un buen puñado de programas específicos para distintos terrenos, y hasta un modo vadeo para cruzar ríos. Por cierto, la profundidad de vadeo es de 900 mm e, incluso, hay un sensor de vadeo que muestra en la pantalla hasta donde llega el agua. Las capacidades de este coche fuera del asfalto son realmente notables.

Otro de los sistemas opcionales, que antes no había comentado y que esta unidad sí equipa, es el dispositivo Terrain Response 2 configurable y los ajustes dinámicos configurables, que incrementan la factura en 570 euros. Con esto instalado, el conductor puede configurar a su antojo muchos elementos de manera independiente, como el bloqueo de diferencial central y el de diferencial trasero, la dirección, la suspensión, el control de tracción y el grupo motriz. Todo de manera independiente.

Está claro que de toda la gama Range Rover Sport, esta versión P530 es la menos lógica. También la más impactante, pero a priori parece mucho más sensato escoger la variante P510e como alternativa, que ofrece prestaciones relativamente cercanas, 112 km de autonomía eléctrica, una etiqueta 0 y un precio algo menor: 145.500 euros contra los 163.600 euros que cuesta este P530.

Como alternativas a este P530, podríamos citar al Audi SQ8 y al BMW X6 M50i (más económicos pero menos lujosos y no tan bien equipados de serie), al Mercedes-AMG GLE 53 Coupé (menos potente pero también más barato), al Porsche Cayenne Coupé GTS como alternativa más dinámica, y al Maserati Levante GTS, que es el modelo que plantea un enfoque lo más parecido al de este Range Rover Sport P530.

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