Hay coches para cuya buena trayectoria parecen haberse ‘alineado los planetas’. Uno de ellos es el Mini clásico, el del siglo pasado. Y decimos que se ‘alinearon los planetas’ porque en su éxito no solo entró en juego un visionario concepto de ingeniería, sino también el talento de un experto en competición que supo adivinar su potencial y e incluso un reglamento deportivo que hizo valer sus virtudes. Solo así se entiende que el Mini, un coche pequeño y modesto, sorprendiera al mundo convirtiéndose en vencedor del Rally de Montecarlo hace justo 60 años.
Concepto revolucionario
Cuando debutó el Mini en 1959, los coches de rallyes eran deportivos con motores de alta cilindrada; nada que ver con el pequeño modelo urbano que la British Motor Corporation (BMC) había encargado diseñar a Alec issigonis, que sorprendió al mundo estrenando el concepto de motor delantero transversal y tracción delantera que hoy día nos parece tan corriente.
El Mini era ágil, ligero, ratonero, neutro en su comportamiento… Y aquello no pasó inadvertido al piloto y diseñador de coches de carreras John Cooper, que le soltó a Issigonis: “Es un maldito coche de carreras. Dale más potencia, mejora los frenos y construye la cosa”.
Fue así como nació el Mini Cooper solo un año más tarde, en 1960. El coche había pasado de los 34 CV originales a 55, que por entonces eran muchísimos para un coche de solo tres metros de largo. Además, los 650 kilogramos de peso permitieron apreciar por primera vez la sensación de kart que ofrecía al volante.
Triunfo con la hermana de Stirling Moss
MINI.
Aunque en 1963 Rauno Aaltonen consiguió la primera victoria de etapa en el Montecarlo, el triunfo en la general sería ese año para el sueco Erik Carlsson, con un Saab 96.
277 coches compitiendo
Fue ya en 1964 cuando se consiguió el mítico éxito en la clasificación general. Se corría aquel año la cita número 33 del más famoso rallye y el 22 de enero tomaron la salida nada menos que 277 coches en un escenario complicadísimo por las condiciones de hielo y nieve.
MINI.
Fue la penúltima etapa (la del 26 de enero), a la que se conoce como “Noche de los cuchillos largos”, la que decidió la victoria del Mini Cooper S. Había que pasar por el Col de Turini, con 24 kilómetros que guardan en su recorrido 34 curvas muy cerradas y un paso a 1.600 metros de altura. El irlandés Hopkirk, con un Mini rojo que llevaba la matrícula 33 EJB, llegó a meta a solo 17 segundos de su rival más duro, el sueco Bo Ljungfeldt, que corría con un Ford Falcon V8. Pero en aquella época ya existía un método de compensación de tiempo según las prestaciones del coche, y aplicando la fórmula establecida el Mini Cooper S de Hopkirk había sido el más rápido.
Hopkirk recibió un telegrama del Primer Ministro británico, pero al parecer le hizo incluso más ilusión recibir otro de los Beatles, en el que los de Liverpool le decían que “ahora eres uno de los nuestros, Paddy”.