Coches

DESTACADOS

La columna de Nico Nikola: “Vacaciones con mis clásicos”

N.N. fue ejecutivo de la industria automotriz y hoy es coleccionista de autos. Hoy nos invita a su garage, para realizar un test drive con cada uno de sus juguetes.

la columna de nico nikola: “vacaciones con mis clásicos”

Queridos lectores, a lo largo de algunas de mis columnas, les he compartido algunas experiencias del mundo del coleccionismo. Ha sido una manera franca y transparente de acercarme a ustedes en condición de pares. Si han sido interpretados como consejos y si se han entendido como tales, pido disculpas. Son sólo vivencias que deseo que nos unan.

La intención es siempre transmitir experiencias, miradas, un punto de vista sobre algún tema del cual escribo con pasión (porque lo he vivido con pasión). He escrito sobre las ventajas de especializarse en una o un puñado de marcas a la hora de comenzar a amontonar chatarra (ver nota), sobre el placer de salir de la rutina conduciendo un auto clásico a nuestro lugar de trabajo (ver nota) o sobre la importancia del disfrute en la búsqueda de un primer clásico (ver nota). En una oportunidad intenté compartir aquellos sentimientos que devienen de la locura de humanizar el vínculo con nuestra unidad (ver nota), fueron casi todas experiencias en primera persona.

En casa, casi todo el mundo está de vacaciones.

Estamos sólo mi esposa y yo, cada uno disfruta de alguna manera de la casa y sus intereses. En mi caso: la lectura, escribir, algo de bicicleta y mis autos. El verano suele ser una época de nula actividad en el ambiente. La agenda de clubes es inexistente, no hay ni rallies, ni autódromos o encuentros de “Cars & Coffee”. Los amigos se guardan, las piletas son competencia desleal y rebalsan al ritmo de panzas y chapuzones. Este nuevo escenario, recurrente cada año, nos obliga a disciplinadas tareas de uso y mantenimiento de nuestros autos. Sin ninguna excusa a mano, sin un plan u hoja de ruta, habrá que -literalmente- ocuparnos de nuestros juguetes de manera organizada y estructurada. Es poco y nada lo que piden.

Pero claro, ¡el garaje está imposible! El techo de chapa acanalada no ayuda y la soledad abruma. El aire se pone denso y como no ha llovido, el material particulado en suspensión se hace visible tras un mínimo haz de luz que se cuela por el ventiluz. El plan es el siguiente: destaparlos, una puesta en marcha hasta alcanzar temperatura de servicio y unos kilómetros con diversidad de condiciones, calles barriales, avenidas y autopistas. Un buen combo que garantice un uso discrecional de frenos, embrague y combustión a regímenes variados. Luego, el merecido descanso para ellos, y la reconfortante sensación de la tarea cumplida para el amo.

Los míos están en el último peine, sobre la derecha, uno al lado del otro en hilera hasta sumar cuatro. Todos con funda, una ligera y suave para uso en cocheras, siempre la misma marca. Si bien se guardan lavados, el paso de los días podría dar algunas sorpresas. En esta oportunidad el objetivo está claro y nada tiene que ver con limpieza o detallado. Destapo uno a uno y recojo cuidadosamente la tela con el propósito de evitar el contacto externo con el interno (pulcro y conservado). Los pondré en marcha de a uno, minimizando el impacto de las emisiones de monóxido, pese a que el espacio es grande y ventilado.

El primero en la lista es el Mercedes 500 SEC. Arranca en un primer intento, abro las ventanas y el techo, con doble intención: prepararlo para el disfrute y comprobar el funcionamiento correcto de este y otros dispositivos con los que juego un rato. ¡Gran alivio! Todos funcionan bien y sin contratiempos.

El olor a cuero de calidad y el tacto de los materiales es siempre una razón de goce. El dispositivo que me acerca el cinturón se ofrece gentil y a tiempo da la señal de partida. Comienza el recorrido. Un V8 casi sordo y siempre bien dispuesto me invita a deslizarme por calles, cunetas e imperfecciones de los que apenas acusamos recibo. Una dirección suave, ventilación exquisita y una caja automática que apenas transmite alguna señal al pasar de segunda a tercera. Subo a la autopista y allí es donde este “cruiser” encuentra su lugar en el mundo. Es rápido y lo acelero en búsqueda de una buena velocidad de crucero: cualquier carril le sienta bien. Aplomado y firme, se desliza como cualquier auto actual pese a sus casi 40 años. Paso el Peaje de Fátima y tomo la Ruta 6 hacia Open Door. Lo exijo un poco en la curva de ingreso, el acceso está despejado y sigo empujando. La frenada ha sido dura, no tanto como la siguiente al ingresar en la rotonda. Encaro la vuelta. Tenemos un trato: dejo que ella me lleve de regreso. No se conduce: fluye y se desliza, sólo recibe órdenes a través de las yemas de los dedos. Los últimos metros son imperceptibles y la maniobra de estacionamiento es un acto reflejo.

El que sigue por orden de locación es el Alfa Romeo 164 Super. Atravieso los Alpes, de Stuttgart a Arese en cinco pasos y mi corazón latino se inquieta. El torrente sanguíneo lo sabe y lucho por recuperar el control. La energía se siente y desborda aún con el motor apagado y es imparable. Un arranque delicioso, un estruendo agudo y vibrante invade el habitáculo, la rutina es la misma y comienza el ejercicio de probar los sistemas y ajustar el aire acondicionado, una licencia necesaria y que apenas afectará el rendimiento. Un pésimo radio de giro me obliga a más de una maniobra. a la vez que le pego algunos golpes al acelerador, tan innecesarios como adictivos. ¡Como suena! El V6 Busso es sobrecogedor, imponente.

Imposible de transmitir qué se siente. No alcanzan los cinco sentidos para percibirlo, no hay palabras ni expresiones que le hagan justicia. El siguiente recorrido, urbano y atendido por pozos y cunetas, son una pesadilla. Eternos minutos hasta tomar la Panamericana. Cómo seguir estas líneas sin cometer apología del delito, cómo describir los siguientes kilómetros sin antes un pedido de indulgencia. ¡Pero cómo anda! Es violento y progresivo, según se lo exija porque que es cómplice incondicional y socio eventual. Sentarse al volante es imposible sin llegar antes a conocerse un poco, lo que le gusta a ella, lo que me gusta a mí. Promete y cumple y es recíproco. La próxima será sublime y… ¿esta vez, acaso no lo es? ¿Hablo del auto, o acaso de un motor y un conjunto mecánico, al cual cualquier traje le sienta? Uso el femenino porque ella es la Vettura, así nos entendemos mejor. ¡Cómo dobla! Un ligero subviraje que se compensa anticipando un poco la maniobra o modulando a tiempo si el mismo te sorprende ya zambullido y habiendo perdido el ápex.

De regreso, las últimas cuadras, esos últimos metros, en silencio, intentado recuperar las pulsaciones, preguntándome cómo y cuándo nos volveremos a ver. Ella sabe que muero de ganas, me concentro en que no se note, así el juego de seducción nunca termina.

Dos metros más allá, esta vez el recorrido es corto: de Milán a Turín. Muy italiano, muy sententoso, entre burgués y utilitario el Fiat 132 me encanta y además es el mejor auto que tengo por estado de conservación y exclusividad: no hay otro como este. El ritual cambia levemente. Tomo el “arranca motores” en aerosol, luego de desarmar parcialmente la filtrera y esparzo unas gotas sobre la boca del Webber. Arranca sin quejarse, todo parece estar en orden y pronto llega a la temperatura de régimen. ¡Ya regula armoniosamente!

No desentona en el tránsito de hoy. Además, lo disfruto desde mismo momento en que salgo de la cochera. Sin ningún apuro en tomar la autopista, el escaso tránsito estival le sienta bien. Atrae todo tipo de miradas al paso por la avenida. El calor afloja y no se extraña en absoluto el confort del Mercedes o del Alfa. En cambio, sí se extraña el ventilete del 125, una maravilla de la cual les he hablado en esta otra columna (leer nota). Subo a la autopista y conservo el carril del medio. Podría crucerear a 130 o algo más. No siento el impulso. El sonido es el justo, agradable y la aislación acusa sus 41 años. Nunca fue premium. El instrumental requiere algo más de atención, los frenos aún más y decido guardar la distancia. El recorrido es el mismo, los tiempos son otros. Un ligero rolido a muy poca velocidad anuncia el retome sobre la Ruta 34. Un paseo, un gran goce sin sobresaltos hasta el ingreso en la zona urbana. Se hamaca un poco en las cunetas, ni un ruido molesto ni algún otro sobresalto. Ha sido un viaje en el tiempo.

Antes de volver a cruzar los Alpes, por última vez con destino teutón, le propongo hacer un cierre y esbozar una propuesta. Hasta aquí les he tratado de describir tres muy diferentes experiencias de uso. Siempre he dicho que no tiene sentido acumular autos muy parecidos porque se pierde muchísimo en el disfrute que ofrece la variedad.

Ahora usted puede sacar la conclusión: ¿lo he logrado? Yo creo que sí. Condiciones de uso y de manejo muy diversas, desafíos en la conducción que requieren hábitos variados e incluso el desarrollo de habilidades distintivas. Olores y sabores, sonidos y colores que describen fórmulas con resultados diversos. Espero habérselos transmitido.

Ahora bien: mi Mercedes 280 SLC conserva muy evidentes diferencias de origen con mi 500 SEC. Hagamos un listado: el primero -chasis C107- es un coupé que deviene de un roadster, el R107. Mientras que la segunda deriva de un sedán de lujo como lo es el W126, concepciones diametralmente opuestas. Una es propulsada por un seis en línea y la otra por un bestial V8 ambos de aluminio. Ambas tienen el mismo sistema de inyección (Bosch K Jetronic) aunque en la 500, de una generación posterior. Si bien “la 280” sale al mercado 10 años antes, mi auto es de la última serie fabricada en 1981 mientas que la 500 es la primera serie del modelo, que además pretendió ser su reemplazo, montado en 1982. Por poco no se cruzan en el playón destinado al stock con destino de ultramar (esta es mi propia y absurda fantasía). Ambas tienen caja automática con relaciones muy distintas y eso se hace notar.

La SEC desarrolla una sobremarcha que la lleva descansada aún en altas velocidades, lo otra pide a gritos un cambio más.

¿Qué sucede a la hora de conducirlas? Desde lo perceptual o sensorial las dos son bastante similares, es un Mercedes de los ochenta y hay coherencia en los materiales usados, el volante es idéntico y la sensibilidad que transmite es muy parecida. El diseño de la plancha no tiene nada en común, sin embrago algunos mandos son idénticos. El sonido es muy diferente, la menor distancia entre ejes penaliza un poco el “andar”. Una vez en la ruta, el M110 bialbero ruge a gusto, se podría decir que su conducción es más deportiva, aunque claramente no es tan rápida. Las dos doblan muy parecido, como en dos tramos, en el primero se hamaca, rola y luego se “traba” y se planta como un tren con total aplomo y seguridad. Los frenos impecables y la tenida direccional inapelable. Al regresar al garage y poco antes de transitar la última cuadra me pregunto si ambas Mercedes son suficientemente diferentes como para conservar a las dos, si acaso no debería liberar algunas de las dos cocheras y salir en búsqueda de un reemplazo. No encuentro una respuesta acertada, no estoy seguro. Sobre todo, porque sus estilos y diseños me atrapan con igual intensidad. Puedo pasar un largo rato observándolas y no logro aclara el dilema, uno del cual no me quejo.

Después de todo, esto es una afición, una pasión y dudas e incertidumbres son parte del entretenimiento. Me encantará leer sus opiniones e ideas, quién sabe y cómo a menudo suele suceder, arrojen algo de luz o simplemente agreguen un poco más de confusión.

Por ambas miradas les estaré incondicionalmente agradecido.

N.N.

la columna de nico nikola: “vacaciones con mis clásicos”

Todas las notas de Nico Nikola en Motor1.

TOP STORIES

Top List in the World