Todos los días una caída… y un esprint. En cinco días de Itzulia, la denominación oficial de la Vuelta Ciclista al País Vasco, sólo se cuentan las víctimas de las cunetas y se anota el ganador de la llegada masiva. Muchas cuestas, generalmente cortas, que no rompen el compadreo del pelotón. En Amorebieta, el panorama no cambia mucho, la verdad.
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Un ertzaina, que protege la zona de llegada -muy cerca ni se han retirado los coches aparcados en las calles por las que pasa tres veces el pelotón-, escucha por la emisora que una ambulancia acaba de evacuar a un ciclista, y que se han caído cinco cuando pasaban por Mañaria, el pueblo del histórico Julián Gorospe. No sabe todavía que el peor parado es Mikel Landa, evacuado en ambulancia con fractura de clavícula. Es uno de los dos ídolos de la afición vasca, junto a Pello Bilbao, aunque en buena parte de los balcones de Amorebieta cuelguen banderas del Athletic.
“Se organizó el infierno”
“Van con bicis que son Fórmula Uno, pero lo hacen por carreteras que distan mucho de ser un circuito”, afirma en la salida de Vitoria un director español. Landa, precisamente, sabía que la bajada de Olaeta era una trampa, que el asfalto está levantado por las raíces de los árboles y que había que amarrar la bici con fuerza para no desequilibrarse. Por eso, se puso en la primera posición del pelotón. Por idéntica razón, Evenepoel, su jefe, se enganchó a su rueda; detrás, Vingegaard y Roglic. “Pero siempre pasa igual -añade otro director, que prefiere no ser citado-, se colaron algunos que no debían, menos diestros en las bajadas y se organizó el infierno”.
Image ID: 100681185 Romain Grégoire se impuso en el sprint de Amorebieta Miguel Toña /clip/9af870e2-7133-447f-bff4-710e62b2e97c_16-9-aspect-ratio_default_0.jpg 1984 1328
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No hay nada para el resto, a no ser que se caigan, como ocurrió aquí en la Itzulia y por eso, este sábado, habrá un vencedor distinto, quizá Juan Ayuso, la perla del ciclismo español.
Pello Bilbao, en cambio, es de los más conscientes, el que ordenó a sus compañeros del Bahrein al empezar el jueves la bajada de Olaeta, un puerto que ni siquiera puntuaba, que se colocasen al fondo del pelotón y que no asumiesen ningún peligro. Obró con cabeza, razonamiento y pulsó las manetas del freno. Quedaban 32 kilómetros para la meta. Todos sabían, con otro puerto por el camino, que la fuga, sin nadie que inquietara, iba a perecer. No tenía ningún sentido jugarse el pellejo en esa bajada y comprometer nada menos que el Tour, porque una caída, ya en el mes de abril, supone un riesgo considerable pensando en el mes de julio.
Y lo mismo hicieron los equipos más dóciles, los parias del pelotón. Se va muy rápido, demasiado, a Amorebieta se llega a 47 por hora de media con victoria al esprint del francés Romain Gregoire y con el danés Mattias Skjelmose, que no es malo, que ha ganado la Vuelta a Suiza, al frente de la general. Por él se han quedado en la Itzulia los periodistas que acompañaban a Vingegaard. A 47,2 por hora se quema un ciclomotor si recorre los 176 kilómetros de la etapa, en una Itzulia con la peor suerte del mundo y que se resolverá este sábado en una única etapa interesante, salvo que vuelva el no deseado caos de las caídas.