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Antes de convertirse en una oscura celebridad, siempre rodeada de presuntos crímenes y con una personalidad inquietante, O.J. Simpson se había labrado una trayectoria deportiva digna de estar entre las mejores de la historia en su posición. El corredor, que ya se convirtió en una estrella en la universidad de los USC Trojans, fue elegido en el primer puesto del Draft de 1969 por los Buffalo Bills. Dominó la NFL como pocos, liderando cuatro temporadas la estadística de yardas de carrera y siendo cinco veces elegido para el mejor equipo de la liga. En 1973, además, con 2.003 yardas de carrera, fue nombrado MVP. Lo que se le escapó fue la Super Bowl, la cual nunca ganó ni jugó, ni siquiera cuando se fue a los San Francisco 49ers para jugar los dos últimos cursos de su carrera antes de retirarse en 1979.
El 12 de junio, Nicole Brown y un amigo, Ron Goldman, aparecieron muertos en Los Ángeles tras haber sido apuñalados. Simpson se convirtió de inmediato en uno de los sospechosos y se emitió una orden de arresto hacia él, que pretendía entregarse el viernes 17 en el Departamento de Policía de Los Ángeles. Sin embargo, el exfutbolista se dio a la fuga junto con un amigo y compañero suyo, Al Cowlings, en un Ford Bronco blanco que también se convirtió en historia de Estados Unidos. La localización del coche se descubrió, y la policía emprendió una persecución que duró 90 minutos y que fue seguida en directo por televisión por 95 millones de espectadores, convirtiéndose en una de las retransmisiones más vistas de siempre. Por ponerlo en contexto, el discurso inaugural de Barack Obama como presidente, por ejemplo, fue seguido por menos de 38 millones de personas. Un país paralizado viendo a O.J. a la fuga, y es que incluso se detuvo la retransmisión de las Finales de la NBA para retransmitir la persecución.
Rodeado por multitud de coches de policía y seguido por varios helicópteros, O.J. fue detenido en la puerta de su casa, donde hizo dos peticiones antes de ser trasladado a prisión: hablar con su madre y beber un vaso de zumo. Esta persecución fue el preludio del que es considerado como uno de los juicios más relevantes del siglo XX, por lo menos en lo que a atención mediática se refiere y que también desató el debate racial en EE UU. Simpson, acusado de doble homicidio, se declaró no inocente desde el primer momento y fue representado por lo que se etiquetó como el Dream Team de la abogacía: Johnnie Cochran, Robert Kardashian (padre de las famosísimas influencers), Robert Shapiro, y F. Lee Bailey. La defensa de O.J. sufrió numerosos contratiempos, como la aparición de ADN de Simpson en la escena del crimen, que tornaron a la opinión pública a la creencia generalizada de que era culpable, aunque la ausencia total de testigos dificultó certificarlo.
Tras algo más de un año de litigio, en el que se produjeron numerosas irregularidades que siempre han alimentado diversas teorías de la conspiración, el 3 de octubre de 1995 el jurado se pronunció con más de la mitad del país pegado a la televisión a pesar de que fuese un martes a las 10 de la mañana: O.J. Simpson, para sorpresa de todos, fue absuelto de los cargos y dejó a todo el planeta en shock. De nuevo, una nación paralizada por el californiano. Diversos estudios indican que, durante el veredicto, el uso de telefonía se redujo en un 60%, y también descendió el uso de agua porque la gente no se atrevía a ir al baño para no perderse nada. El número de operaciones que se realizaron en Wall Street bajó un 41% aquel día, e incluso el presidente Bill Clinton abandonó sus funciones para seguir lo que sucedía.
Una multa multimillonaria, aunque insuficiente
La imagen de O.J., muy dañada ya sin importar el veredicto favorable para él del juicio penal, sufrió otro golpe más cuando, dos años después, un jurado civil sí que señalo al exjugador como responsable de la muerte de Ronald Goldman y de asalto contra Goldman y Brown. Fue forzado a pagar más de 33 millones de dólares a las familias afectadas, aunque su fortuna (y eso que su mejor contrato como jugador fue de 650.000 dólares por cinco años) no se tambaleó demasiado gracias al sistema de pensiones de la NFL y otros beneficios como la firma de autógrafos.
De ser el héroe de un deporte seguido por todo el país, al gran villano de una nación que nunca compró que Simpson fuese inocente. Su actitud, muy perturbadora y jocosa al respecto, tampoco ayudó. Llegó incluso a publicar un libro titulado Si lo hubiese hecho: confesiones de un asesino, con el “si” de la portada apenas visible, y en el que narra cómo habría perpetrado aquellos asesinatos de haberlos cometido. Acabó pisando la cárcel en 2007, aunque por motivos que nada tenían que ver: fue condenado a 33 años de prisión tras ser acusado en Las Vegas de varios delitos, incluyendo robo a mano armada, coacción y secuestro. Después de pasar nueve años en la cárcel, en 2017 se le concedió la libertad condicional al haber cumplido el mínimo de la sentencia, y en 2021 se convirtió en hombre libre por buen comportamiento.
Simpson pasó los últimos años de su vida algo más alejado del foco mediático, aunque la cantidad de libros, documentales y programas de televisión que se han hecho sobre él se cuentan por decenas. Su imagen pública nunca se pudo recuperar, y pasó los últimos meses de su vida luchando contra el cáncer de próstata. “El 10 de abril, nuestro padre, Orenthal James Simpson, sucumbió a su batalla contra el cáncer. Estaba rodeado de sus hijos y nietos. Durante este tiempo de transición, su familia pide que se respeten sus deseos de privacidad y gracia”, comunicó su familia para anunciar el fallecimiento de un O.J. Simpson que, innegablemente, es una figura histórica, del deporte y de la sociedad, del final del siglo pasado.
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