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Más que ómnibus, un carro de combate

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Más que ómnibus, un carro de combate

Hace años que está claro que en la Argentina el ambiente no le interesa a nadie. Para no ser injustos: ese “nadie” se refiere a los sectores decisores. Las élites académicas, sociales, políticas, institucionales, económicas, sindicales, religiosas, comunicacionales, aquellas que tienen la posibilidad de incidir en las agendas parlamentarias, salvo contadas excepciones, padecen “analfabetismo ambiental”, como lo describe amargamente desde hace tiempo Maristella Svampa, investigadora del Conicet, socióloga y escritora, autora de varios libros sobre la temática, entre ellos el imprescindible El colapso ecológico ya llegó.

Poco tiempo atrás lo reconocía en estas mismas páginas uno de los pocos legisladores que había impulsado en el Congreso el tratamiento de iniciativas sobre “licencia social”, aquel mecanismo reclamado por las comunidades en cada conflicto socioambiental a fin de dirimir las controversias causadas por emprendimientos tan inconsultos como riesgosamente contaminantes. El entonces legislador oficialista pampeano Hernán Pérez Araujo había dicho, sin eufemismos: “Los temas centrales en la temática ambiental son molestos para varios sectores y no son prioritarios en la agenda parlamentaria”.

A tal punto el ambiente no le interesa a nadie que los dos últimos ministros de Ambiente de la Argentina, hasta el momento de asumir sus respectivas carteras, no tenían ningún antecedente en la especialidad: uno era rabino (Sergio Bergman), el otro militante camporista (Juan Cabandié), ambos sin formación en cuestiones ambientales. Y, país de paradojas el nuestro, El medio ambiente no le importa a nadie es el título de otro libro escrito por quien fue el segundo de Cabandié hasta diciembre pasado. El viceministro de Ambiente, Sergio Federovisky, lo publicó en 2007, editado por Planeta y subtitulado Bestialidades ecológicas de la Argentina, del Riachuelo a las papeleras.

Territorio no tan en disputa. Todo gobierno, todo Estado, es un territorio en disputa. Lo atraviesan miradas distintas y sobre todo, intereses diferentes, a veces contrapuestos. El gobierno de Javier Milei no será la excepción: se visualiza en las inconsistencias, las improvisaciones, las reculadas en aspectos del mega-DNU que nadie sabe explicar, y en especial, en las reacciones de gobernadores e intendentes del macrismo (cuyas principales figuras ya son parte de la nueva coalición gobernante) que han salido a oponerse o advertir acerca de algunas de las cabezas envenenadas de esa Hidra de Lerna enviada al Congreso: la ley ómnibus.

Sin embargo, las líneas centrales en relación con lo ambiental parecen claras desde hace décadas: la apuesta de los gobiernos anteriores fue Vaca Muerta y el extractivismo, apuesta que matizaron con algún guiño a sectores ambientales –por ejemplo, Macri impulsó algunos avances en energías renovables, Fernández creó la Secretaría de Agroecología– mientras al mismo tiempo adoptaban unos pocos giros discursivos acerca de los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS). Algo así como ponerle edulcorante al café al mismo tiempo que se devora una docena de medialunas de manteca y facturas con dulce leche.

Pero si en los gobiernos anteriores la disputa podía permitir algún optimismo –más o menos proporcional a la distancia del opinante con la estructura decisoria– el actual ha volatilizado cualquier expectativa. El gobierno de Javier Milei, que cree que el cambio climático es un invento marxista, fusionó las estructuras de los exministerios de Ambiente y de Turismo y Deportes en una única secretaría, que depende del ministro del Interior, Guillermo Francos (más paradojas de la Argentina: tanto Francos como Federovisky llegaron al gobierno anterior de la mano de Sergio Massa, el candidato derrotado por Milei, y en estos días suena el nombre de Daniel Scioli a cargo de esa trisecretaría, es decir, a cargo de Ambiente).

Lo ambiental es la única cuestión en verdad decisiva para la humanidad y es la que, invariablemente, tanto populistas como liberales, han tratado como un asunto menor, insignificante, de nicho, de esos que “no mueven el amperímetro”, como les gusta decir a esos dirigentes cancheros, que creen que se las saben todas y terminan tocando la guitarra sobre la cubierta del Titanic.

Por eso unos y otros apostaron a Vaca Muerta, al fracking y a seguir raspando el fondo de la olla de los combustibles fósiles; eso sí, destinando algunas moneditas de lo que salga de ahí, a bancar jornadas de mitigación, adecuación y adaptación al cambio climático. De frenarlo, ni hablar.

Negacionismo climático ambiguo. Las disputas en la gestión de La Libertad Avanza (LLA), en todo caso, son discursivas. Durante la campaña, varias veces Javier Milei rechazó que el cambio climático sea de origen antrópico y acusó al reclamo ambiental de ser una invención del “marxismo cultural”. La misma prédica de Donald Trump y de Jair Bolsonaro, líderes con los que comparte ciertos encuadres ideológicos. En su presencia en Davos incluyó en esa misma categoría a la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, un compromiso impulsado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que enumera 17 objetivos de los que surgen 169 metas (los ODS) entre las que se cuentan temas tan diversos como el fin de la pobreza, producir energía no contaminante, la reducción de las desigualdades o el cuidado de los ecosistemas terrestres y acuáticos.

Pero lo curioso (más allá del desprestigio que puede significar para la Argentina tener un presidente que ocupa un foro internacional de peso para vomitar su fanatismo ideológico) es que al mismo tiempo, el Gobierno ratificó la agenda climática: incluso el decreto que establece el nuevo organigrama estipula que entre las misiones de la nueva secretaría que fusiona Turismo, Ambiente y Deportes estará “la administración de programas de financiamiento internacional dedicados a proyectos sobre medio ambiente y cambio climático”. Raro: ese mismo cambio climático que es invento del marxismo cultural.

En cualquier caso, la subsecretaria a cargo de Ambiente, Ana Vidal, declaró que “nuestro accionar está enmarcado en el Artículo 41 de la Constitución Nacional, la Ley General del Ambiente y el Acuerdo de Escazú”.

їEntonces las palabras de Milei en Davos son “para la tribuna” libertaria?

No parece: el ataque a la problemática ambiental es demoledor en el proyecto de ley ómnibus enviado por el Poder Ejecutivo Nacional al Congreso. Como lo marcaron más de un centenar de organizaciones del sector, implica “serios retrocesos en la legislación ambiental”.

O como lo dijo Enrique Viale en la Comisión Bicameral en estos días, con dramático pero sincero tono: “Estábamos discutiendo el siglo XXI y nos llevaron al siglo XIX”.

La libertad avanza… sobre el ambiente. Lo cierto es que el programa de gobierno con el que Milei fue electo adelantaba ese gravísimo retroceso, con contradicciones tan cabales como risibles.

Contra lo esperable, la palabra “ambiente” en la plataforma de La Libertad Avanza aparecía en un par de puntos. Uno es el que se ocupa de las “buenas prácticas” agrícolas. Allí propone: “Propiciar una agricultura que aplique las buenas prácticas, contemplando la sustentabilidad del suelo y la preservación del medioambiente. Agrega: En ese sentido son importantes la biotecnología y demás avances tecnológicos y la agroecología”. Sorprendente (e incoherente) que la agroecología aparezca en el programa de Milei.

Cuando se sigue leyendo hay otras menciones similares, tangenciales, vagas, de poco compromiso. Dice el programa de LLA que su gobierno va a “promover nuevas fuentes de energías renovables y limpias (solar, eólica, hidrógeno verde, etc.)”. Pero de inmediato prometen “incentivar las inversiones en petróleo, gas, litio” que generen “puestos de trabajo genuinos e ingresos en divisa extranjera”. Y añaden que van a “fomentar la creación de centros de reciclaje de residuos para su transformación en energía y materiales reutilizables”.

Pero ¿por qué razón el Estado, en su gestión, impulsaría las energías renovables? Para que nadie pueda equivocar el sentido en el que proponen avanzar (que en verdad serían retrocesos letales), lo dejan clarísimo en otros dos puntos: el tercero del subtítulo “Reforma tributaria”, donde prometen “Financiamiento estatal a partir de un régimen de regalías y concesiones por la explotación de recursos naturales, y uno todavía más alarmante: el punto 14 del apartado destinado a Agricultura, ganadería y pesca, donde prometen privatizar el mar y los ríos: Otorgar un tratamiento especial a la cuenca marítima e incluso fluvial mediante sistema de concesiones e incluso de privatizaciones”.

Se le podrán reclamar muchas cosas a Milei, no que incumpla su programa: la ley ómnibus es una fiel expresión de esas regresiones.

Más que un ómnibus, un carro de combate. Son incontables las advertencias acumuladas durante estas semanas de análisis acerca de lo que contiene ese formidable mamotreto (en su acepción más precisa de la Real Academia: Libro o legajo muy abultado, principalmente cuando es irregular y deforme) para el que se vampirizó a Alberdi (Proyecto de Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos) y al que se conoce como ley ómnibus.

En materia ambiental, el proyecto impulsado por el Ejecutivo supone un gravísimo retroceso. A tal punto que Viale –coautor con Maristella Svampa de El colapso ecológico…– asegura que “es una declaración de guerra al movimiento socioambiental argentino”. Suena hiperbólico, pero lo cierto es que el proyecto pretende modificar las leyes que regulan la protección del medio ambiente, derogando aspectos principales de esas normas.

De aprobarse el proyecto, se vulnerará el principio de no regresión ambiental, que es parte del Acuerdo de Escazú. El nombre formal de ese convenio internacional, que el Congreso aprobó a fines de 2020 por Ley 27.566, es Acuerdo Regional sobre el Acceso a la Información, la Participación Pública y el Acceso a la Justicia en Asuntos Ambientales en América Latina y el Caribe.

La aprobación del paquete antiambiente choca de lleno, como un ómnibus descontrolado, o peor, como un carro de combate, contra varios principios incluidos en el Artículo 3 del Acuerdo de Escazú (sí, sí, el acuerdo en que se enmarca la subsecretaria Vidal, según declaró). Allí se establece el principio de no regresión y el principio de progresividad. Esos principios suponen que cualquier cambio propuesto a la normativa vigente no puede implicar una disminución de los niveles de protección ambiental ya alcanzados. Otros principios incluidos son el principio preventivo y el precautorio, el de equidad intergeneracional, el de soberanía permanente de los Estados sobre sus recursos naturales. Todos ellos aparecen severamente amenazados si prospera la iniciativa del Ejecutivo.

їSe puede frenar? “Es la pregunta del millГіn, dice Maristella Svampa. No es que la Argentina cuente con la mГЎs avanzada legislaciГіn ambiental. Como lo advierte en un detallado anГЎlisis la AsociaciГіn Argentina de Abogados y Abogadas Ambientalistas (AAdeAA), hay campos como el de la minerГ­a, donde no hay mucho por desregular porque se trata de una de las actividades econГіmicas mГЎs liberalizadas, В“que ya ha flexibilizado todas las capacidades de control estatal: las empresas solo pagan lo que dicen sus propias declaraciones juradas, evaden impuestos y utilizan mГєltiples herramientas de fuga de divisas”.

Pero cuando se mira el panorama completo, es desolador: de prosperar la ley ómnibus (aún con las modificaciones propuestas, aclaran desde la AAdeAA) representará una clara regresión ambiental.

Los puntos centrales que causan profunda preocupación tienen que ver con cuatro aspectos: la Ley de Glaciares, donde glaciares y ambientes periglaciares, ahora protegidos, ya no lo estarán y podrían ser destruidos si se aprueba el texto del dictamen, que cambia las definiciones de ambos conceptos con el fin de reducir el área protegida y avanzar con la megaminería; la Ley de Bosques, en la que a pesar de las modificaciones, se mantiene la desfinanciación de la ley y otros cambios que representan una amenaza significativa a la preservación de bosques; la Ley de Manejo del Fuego, en donde se derogan las prohibiciones de cambio de uso del suelo después de un incendio, algo que desprotege a los ecosistemas con actividades tituladas “productivas” pero de consecuencias ambientales devastadoras: humedales, pastizales y bosques serán los principales perjudicados; la autorización de quema, en la que se aumenta de 30 a 90 días, lo cual tácitamente significa desregular las quemas en todo el territorio nacional. El impacto ambiental de esta modificación será significativo porque puede desencadenar megaincendios, algo ya habitual en el contexto de crisis climática.

En definitiva, advierte la AadeAA, “la combinación del DNU 70/23, la derogación de la Ley de Tierras Rurales y este proyecto de ley ómnibus constituyen una amenaza inminente y concreta sobre la totalidad de los bosques, glaciares y humedales”.

Tus nietos en clase de historia. Hace muchos años, allá por los 80, el dúo que integraban el baterista Oscar Moro y el oriental Beto Satragni, grabó una canción hermosa que decía: “Está en tus manos dar vida / terrenal a tus sueños…

Piensa en tus nietos en clase de historia /

no en tu riqueza desierta y sin gloria…

Dale amor a tu tierra /

Dale amor a tu gente”.

їSerГЎ el Congreso de la NaciГіn capaz de frenar semejante retroceso?

їSerГЎn capaces nuestros representantes de pensar en sus nietos en clase de historia?

 

*Periodista y filósofo. Integra la cooperativa de periodistas El Miércoles Comunicación y Cultura, en Entre Ríos, y forma parte del Grupo de Ética Ambiental de la Sadaf (Sociedad Argentina de Análisis Filosófico). Autor de Ética para una cultura de acción ambiental (una introducción).

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