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A pedal

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A pedal

La otra noche, en una esquina del barrio, casi me atropella una Empresa andante. Zafé por poco. No era una Gran Empresa, ni tampoco una Mediana; yo calculo un rodado veinticuatro, ni piñones con cambios tenía. El Emprendedor que la conducía pedaleaba desesperado, a destajo. Al tiempo de ver cómo se me venía encima, vi su angustia, su aflicción.

Se mandó de contramano y pasó el semáforo en rojo. Dentro de la ley, nada; fuera de la ley, todo. ¿Una falla lamentable en el sistema de educación vial? Puede ser, pero eso no era todo. Este joven Emprendedor se asoció libremente con el Propietario de una sucursal de una cadena de despacho de pizzas y empanadas. Y evidentemente, si no alcanza a repartir una cantidad suficiente de grandes de jamón y morrones o docenas de carne dulce, decrece a niveles de daño el margen de sus Ganancias en el marco del Libre Acuerdo de Cooperación establecido entre su Pequeña Empresa rodante y la Mediana Empresa cuyo logo divisé en una bolsa de nailon que colgaba del manubrio.

O en verdad algo peor: si no extrema su empeño de Socio Colaborador hasta el límite del desmayo, como antaño los esclavos encadenados bajo el eficaz estímulo de los latigazos del amo, el Propietario de la sucursal con el que él ha elegido asociarse, y que acodado en el mostrador y con el ceño fruncido lo mira ir y venir a lo largo de las horas, podrá elegir por su parte disolver el Libre Acuerdo de Cooperación que ambos han establecido, y hacerlo por otra parte de manera unilateral y sin requisito alguno de reparación o compensación. Lo dejará en la calle, munido de lo que ya no será más que una mera bicicleta, y se buscará algún otro Emprendedor con el cual asociarse, alguno con más resistencia para dar empuje al rodado y para aguantar sin ir al baño hasta la hora de cierre del local (las cero horas, la medianoche). Y él tendrá, por su lado, que buscarse algún otro Emprendimiento con el cual colaborar libremente, y hacerlo con cierta premura, ya que Fondos de Reserva no ha alcanzado a atesorar, pues vive como quien dice ajustado.

Pasó raudo, enceguecido, ¡casi me rompe una pierna! No obstante, lo contemplé complacido, porque me hizo acordar a los que antaño se denominaban cadetes o bien pibes de reparto. Lo saludé buenamente, sin rencor y sin reproches, mientras lo veía alejarse. Di en pensar que ese rabioso envión que llevaba lo impulsaba hacia el futuro. El futuro de grandeza de una primera potencia mundial. Qué otra cosa, si no eso, puede esperarle a un Argentino.

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